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Mi blog de Comercio Exterior

Soy contador público (UNL), Especialista en Comercio Exterior (UNR) y Despachante de Aduana. Escribí dos libros que buscan -sobre todo- insertar personas en la exportación: Teoría y Practica de la Exportación por Cuenta y Orden de Terceros (Ed. Librería Cívica, 2013); y Comercio Exterior Para No Especialistas (Ed. Tarifar, 2015). Combino mi trabajo diario con la docencia en carreras de grado y posgrado de algunas universidades nacionales y seminarios en instituciones intermedias de todo el país, y en algunas empresas (“in company”). Suelo participar en los medios con columnas especializadas. Vivo mi trabajo como una pasión, aunque lo más importante siempre está fuera del trabajo. Mi frase preferida: Nunca te des por vencido, porque si lo hacés, viene un chino y te mete en la góndola de los lácteos. Bienvenidos!!!.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La Novena Ola - Balance a fin de año



El calor se espesa sobre cuerpos cansados y lánguidas miradas de diciembre.  Una paranoia apocalíptica se apodera de todos con una certeza  evidente:  se termina el año, no hay mañana.  

Pareciera ser que sólo quedan dos semanas para resolver cualquier asunto que estuviese pendiente.  Eso, más una agenda meticulosamente desordenada por un sinfín de anotaciones a raíz de las fiestas, despedidas, actos escolares, vacaciones,  visitas de familiares, ... (...).

El arte en todas sus formas tiene algo de hechizo, te permite huir de la realidad,  salir y enajenarte. Basta nombrar como ejemplos entre muchos otros a Nelson Mandela,  Ghandi o Cervantes, evadiéndosede la escafandra de la cárcel con una pluma y un papel.

Para escapar de 2012 aunque falten dos semanas, les regalo una pintura.  

La Novena Ola - Iván Aivazovski, 1850


No entiendo los cuadros abstractos, con mensajes casi decodificables exclusivamente por algunos eruditos locos. Me atrapa la pintura que entra por los ojos y baja a la boca semiabierta del asombro.    

En 1995, frente a  un cuadro de Joseph Mallord William Turner quedé embobado por su manera magistral de mostrar el mar. Tanto, que tiempo después me compré algunos libros y pasé seis meses (sin éxito) por una Escuela de Bellas Artes.  Lo que cuenta, es lo más importante:  poder disfrutar -aunque con enorme ignorancia técnica- de los paisajes de otros genios como él: Winslow Homer, Ivan Aivazovsky y Claude Monet.  

El ruso Ivan Aivazovsky (admito que tuve que googlearlo porque no recordaba cómo se escribía) pintó “La Novena Ola”, una pintura que representa un momento crucial en la vida de un grupo de marineros que luchan por su vida, aferrados a lo que queda de su barco, en un mar despiadado pero ante un sol satíricamente cálido. El nombre del cuadro, que le debe dar un toque mágico al museo de San Petersburgo –adonde permanece-,  tiene que ver con una supuesta creencia marinera de que la novena ola en una tormenta es la bisagra entre la vida y la muerte. Si se supera entonces habrá vida.

Bien podría decirse que en 2012 quienes trabajamos relacionados al comercio exterior por momentos fuimos zarandeados de un lado para otro como en una tormenta. Seguramente hubo quienes terminaron en el agua aferrados a algún trozo de madera.   Tanto exportadores como importadores, operadores logísticos,  bancarios y despachantes, viajamos en un bravo mar con constantes olas normativas.  

No quiero ser redundante en nombrar todas las medidas implementadas, porque ya fue descripto oportunamente en este blog a nivel particular y global … todo sigue igual (Ver artículos: El desafio del Comercio Exterior para lo que resta del año   - Cómo está el comercio exterior ¿Qué va apasar? ).

Faltando computarse los saldos de noviembre y diciembre, la balanza comercial acumulada a octubre señala un saldo positivo acumulado de 11.527 millones de dólares. Objetivo oficial: cumplido dentro de las estimaciones de consultoras privadas (12.500 millones). La duda es si esto es pan para hoy y hambre para mañana, porque las exportaciones acumuladas a octubre (68.748 millones de dólares) cayeron en relación a las acumuladas al mismo mes del año pasado (71.040 millones de dólares).

Sigo pensando lo mismo que he expresado en los mencionados artículos acerca de otra manera posible de conducir la política comercial externa.  Por ahí recibí alguna crítica puntual como si no debería opinar sobre lo que debería hacer el gobierno.  Y la acepto pero no lo comparto.  Nadie debe pedir permiso para opinar. Y más aún cuando uno opina sobre algo con lo que convive .  De hecho, muchas veces quienes hacen política opinan de algunos temas sin seriedad. Sino lean por ejemplo, el artículo de mi amigo Nicolás: Código Aduanero MERCOSUR, El debate.

Desde el punto de vista personal, el contexto normativo trae más trabajo, pero no me parecería correcto mirar hacia otro lado sin criticar lo que nos parece errado.  No existe una única manera de preservar el saldo comercial externo minimizando efectos indeseados como la inflación. Se pueden buscar nuevos caminos.

Volviendo a La Novena Ola, en algunas de las capacitaciones en que trabajé este año usé en la diapositiva de cierre la siguiente frase popular:  “un mar tranquilo no hace buenos marineros”. Una manera positiva de ver el contexto actual es pensar que nos hace más y más creativos y  nos pone a prueba.  Quienes se abracen más fuerte  a las tablas de la embarcación azotada pueden marcar un punto de inflexión de cara al futuro.  

Mientras tanto, desde afuera, muchos tratan de comprender atónitos nuestra forma de vivir en la ducha con el secador de pelo.  En Buenos Aires este año me decía un alemán al que le explicaban las restricciones en una casa de cambios: ´You are all crazy´.  A lo que respondí  ´Yes´ casi con una sonrisa. 

Miremos el 2013 con optimismo. Irónicamente podríamos decir que con tanto entrenamiento en este país estamos capacitados para cruzar todas las olas del océano en palangana y llegar sanos y secos. Les deseo una felíz navidad y año.  Para los que creen, que el espíritu del niño les prenda bien adentro y los ayude a crecer. Para los que no dijo Mario Benedetti: no sé si Dios existe pero si existe no le va a molestar mi duda. Miren una estrella y pídanle por los suyos.  Nos vemos.... (No me cuenten hasta marzo.. mínimo….).

PD:  Bonus Track Imperdible: El Gordo Luis. “Te digo más”. Roberto Fontanarrosa.

Te  conté la del Gordo Luis cuando hizo de  Papá Noel? Es mundial la del Gordo Luis cuando hizo de Papá Noel. Casi se convierte en otra víctima del imperialismo salvaje el pobre Gordo. Del colonialismo, por decirlo de otra manera. Porque, decime vos, qué carajo tiene que ver con nosotros y con nuestras costumbres el Papá Noel. ¿Quién le dio chapa al Papá Noel? Un tipo vestido para  la nieve, abrigado como para ir a la Antártida, en un trineo tirado por renos. ¡Renos, mi querido! ¿Cuándo mierda hemos visto un reno nosotros? ¿Alguna vez te fuiste a Buenos Aires en auto y viste al costado del camino un reno morfando pasto debajo de un árbol? 

Pero el pobre Gordo casi la palma con esa historia... ¿No te conté la del Gordo Luis? Porque se la cuento a todos. Fue hace como quince años. El Gordo estaba en la lona total. Pero en la lona lona, no tenía un mango partido por la mitad, lo habían despedido de la proveeduría donde laburaba y lo ponías cabeza abajo y no le caía una moneda. Para colmo, se venían las fiestas y algo había que comprar para poner arriba de la mesa el 24 a la noche. 



El Gordo tiene dos pibes que eran muy chiquitos en ese entonces y a esa edad a los pendejos no les vas a andar explicando el fato del FMI, la tecnología que reemplaza a los trabajadores y todas esas pelotudeces. 
La cuestión es que empezó a buscar laburo, alguna changa, cualquier cosa, trabajar de lo que fuera. Primero empezó por su barrio, con los amigos y conocidos, ahí por Mendoza al fondo. Ya después entró a andar por cualquier lado para conseguir algo. 
Y resulta que en el barrio Echesortu, una vieja que tenía una casa bastante grande de electrodomésticos le ofrece disfrazarse de Papá Noel y repartir caramelos a los chicos en la puerta para promocionar su negocio. Lo de siempre. Le tiraba unos mangos, por supuesto, que al Gordo le venían bastante bien. Y ahí fue el Luis, che. 

Ahora, imaginate la escena, porque estamos hablando de Rosario, Capital de los Cereales, ubicada a orillas del anchuroso río Paraná. 
El Gordo Luis, tenés que pensar en un tipo arriba de los cien kilos, fácil fácil debe andar por los 120, porque es alto, grandote, Luis. 
Y te digo que resultaba perfecto para Papá Noel porque el Luis es más bueno que Lassie, nunca lo he visto enojado al Gordo, es un pan de Dios. 
Pero tenés que tener en cuenta una cosa ineludible. Rosario... pleno verano... mediodía, un sol de la puta madre que lo reparió, algo así como 83 grados a la sombra, y ese gordo metido adentro de un traje de Papá Noel con una tela tipo felpa así de gruesa, así de gruesa no te miento, gorro, barba de algodón, bigotes, botas y guantes. 
¡Guantes! Porque la vieja era una vieja hinchapelotas, conservadora, que quería que el Gordo se pareciera exactamente a Papá Noel y que se vistiera todo como correspondía, el pobre Gordo. 
¿Viste que hay veces en que tipos hacen de Papá Noel pero sin guantes y hasta a veces sin barba, o pendejas jovencitas vestidas de colorado pero con polleritas cortonas, tipo minifaldas, y las gambas al aire así están más frescas? 
Pero claro, el Gordo Luis era perfecto para hacer de Papá Noel y por eso se le ocurrió eso a esa vieja hija de puta. Porque lo vio al Gordo gordo y con esos cachetitos medio coloradones que tiene el tipo, el personaje, Santa Claus. 
Hasta la voz media ronca tiene Luis... ¿viste que Papá Noel se ríe siempre con esa risa ronca? Jo, jo. Hasta eso tiene Luis, la voz ronca. 
Jo, jo, jo... Pero vuelvo al tema. Doce del mediodía, pleno diciembre, un sol que rajaba la tierra, un calor infernal, los pajaritos que se caían muertos al piso por la canícula, se venían en baranda y se desnucaban contra la vereda... y el Gordo ahí, che, con el traje de lana gruesa, barba y bigote, sacudiendo una campana de papel maché o algo así y dándoles caramelos a los chicos que se juntaban para verlo. 
A los quince minutos, a los quince minutos te juro, el traje del Gordo ya no era colorado... ¿viste que esos trajes son colorado medio clarito? Bueno, era violeta, violeta era, por la transpiración a chorros que largaba el Gordo. Pero no un pedazo, alguna zona del traje, no. Ni tampoco era solamente debajo de los brazos o arriba de la zapán que es donde uno transpira más, no. 
Era todo, completo, íntegro. Al Gordo le corrían ríos de sudor sobre la piel, ríos, torrentes que le empapaban acá, acá, acá, las ingles, las pelotas, las pantorrillas, ríos que le inundaban las botas, por ejemplo. Me contaba después –porque todo esto me lo contó él mismo- que sentía las botas llenas de agua, como si las hubiera metido en un balde de agua caliente, le chapoteaban. Todo alrededor, no te miento, todo alrededor, en el piso, en un diámetro de ocho metros más o menos en torno al Gordo, parecía que habían baldeado. Toda la vereda mojada, de lo que chivaba el Gordo, se le saltaban los goterones de la cabeza, parecía las Aguas Danzantes el Gordo, imaginate. 
Te digo que era ya un espectáculo grotesco, lamentable, pero Luis le seguía metiendo voluntad, le ponía ganas, caminaba de un lado al otro, se reía, llamaba a los chicos. 
En eso, una vecina, una vieja de esas que nunca faltan, que están al reverendo pedo como bocina de avión, que vivía a unas dos puertas del negocio de electrodomésticos, sale a la puerta y lo ve al Gordo. O escuchó el griterío de los chicos y salió a ver que pasaba. Lo ve al Gordo y se apiada de él... ¿Viste? Esas viejas comedidas, bienintencionadas, chuecas, que caminan medio encorvadas, que les cuesta moverse pero que rompen las pelotas permanentemente, un cuete la vieja, una ladilla. 
Se manda para adentro de nuevo la vieja, flaquita ¿viste? Bajita, canosa con un rodete y aparece al rato con una jarra así de grande, pero así de grande, con un líquido amarillento que parecía limonada, lleno de hielo. Transpiraba de fría la jarra. Y se la ofrece al Gordo, che. 
El Gordo medio le dice que no, que no se hubiera molestado, que no puede desatender su trabajo pero, en definitiva, la acepta, lógicamente. 
Además, los hijos de mil putas del negocio de electrodomésticos no le habían alcanzado ni un vaso de agua al Gordo. ¡Ni un vaso de agua siquiera! Después hablan de los norteamericanos. Nosotros somos tan hijos de puta como ellos para explotar a la gente. Lo que pasaba también es que a esa hora había quedado un solo encargado en el negocio. La vieja que contrató a Luis tenía como cinco negocios por otras partes de la ciudad y andaba de recorrida; y el otro empleado que laburaba ahí se había quedado en el fondo del local, rascándose las bolas debajo del único ventilador de techo que tenían esos miserables. 
La cuestión es que la vecina saca un banquito chiquito a la calle, lo deja al lado de la puerta de su casa, medio sobre el umbral para que no le diera el sol directo, le dice a Luis “Aquí se lo dejo”, y ahí se lo deja. 
Cuando el Gordo pudo zafar un poco del pendejerío, te imaginás que con ese calor llegó un momento en que había mucha menos gente en la calle, se prendió a la limonada y se bajó media jarra de un saque. 
Pero resulta que no era limonada, boludo, no era limonada. Era vino blanco, vino blanco era. 
La vieja le había zampado en la jarra un par de botellas de vino blanco, le había metido hielo a rolete y se lo había dejado ahí, con las mejores intenciones. 
El Gordo, con la desesperación, con el calor que tenía en el cuerpo, recién se dio cuenta cuando ya se había mandado más de catorce litros sin respirar, de un saque. Y aparte, seamos sinceros, cuando ya se dio cuenta no pudo parar, no pudo parar. Te estoy hablando de un muchacho de 120 kilos después de estar moviéndose casi tres horas a pleno sol con 4000 grados de temperatura. No pudo parar. Se mandó todo el vino blanco. Fondo blanco. 
Bueno, te imaginarás... te imaginarás el pedo tísico que se levantó ese muchacho. Una curda inmediata y espantosa, demencial. Una curda como para trescientas personas. 
Casi no había desayunado, estaba sin almorzar, para colmo, el Gordo no era un tipo que tomara mucho alcohol, al menos que yo recuerde. Un poco de vino con la cena, nada más. Alguna copita de sidra. O a veces, en los bailes, alguno de esos tragos maricones como el gin tonic, pero con mucha más agua tónica que otra cosa. 
¡El pedo que se agarró ese muchacho, Dios querido, el pedo que se agarró! 
No te digo que empezó a cantar boludeces, ni a caminar torcido, ni a vomitar contra las paredes, ni nada de eso. Pero entró a regalar todo lo que tenía a su alcance, se le dio por la beneficencia, le dio un ataque de comunismo acelerado. Primero terminó en cinco minutos con la existencia de caramelos y chocolatines que eran para toda la tarde... 
¡Y después empezó a regalar los electrodomésticos! Empezó regalándole una tostadora eléctrica a un pendejo. Después le regaló un ventilador a la madre de otro de los pibes, después siguió con multiprocesadoras, veladores, hornos a microondas, etcétera... 
Llamaba a la gente a los gritos, entraba al negocio y les daba algo, repartía, entregaba todo. 
Y el empleado que se rascaba las bolas adentro del negocio ni se dio cuenta, debía estar en el fondo, en una oficinita que estaba detrás, arreglando papeles o apolillando una siesta mientras esperaba la hora en que el patrón llegaba. 
Lo cierto es que, te imaginás, a los quince minutos en la puerta del negocio había un mundo de gente que venía de todas partes alertada por los otros que ya habían ligado algo de arribeño, por la mamúa del Gordo. 
La gente pensaba que era una promoción del negocio o, en todo caso, se hacía la turra, cazaba los artefactos, se los llevaba y a otra cosa mariposa, si te he visto no me acuerdo, andá a cantarle a Gardel. 
En eso aparece el dueño del boliche, un pelado con cara de amargo que llegó en su auto, un coche nuevo. 
Y cuando el tipo se dio cuenta de lo que estaba pasando se puso loco, lógicamente se puso loco. Entró a gritar, a arrebatarles las cosas a la gente, a recuperar licuadoras, televisores portátiles, radios que la gente se llevaba 
Ante el despelote se despertó el empleado de adentro y salió cagando aceite a ayudarlo al pelado. Había tironeos, forcejeos, agarrones, hasta voló algún puñete. Y en eso llegó la cana, un patrullero que andaba de ronda. 
En el despelote, cuando medio se enteró de cómo había venido la mano por lo que contaban los que se piraban con las licuadoras y todo eso, que gritaban que Papá Noel se las regalaba, el pelado les indicó a los policías que lo metieran en cana al Gordo, responsable de todo ese quilombo. 
Y bien dice el Martín Fierro que no hay nada como el peligro para refrescar a un mamado. Ahí el Gordo se despejó, se dio cuenta, volvió a la realidad, se esclareció el Gordo. 
Además, ya había vuelto a transpirar como un litro del vino blanco, me imagino, se había aliviado un poco de la tranca, y comprendió la cagada que se había mandado. 
Pero te conté que es un tipo manso, un tipo tranquilo que no se iba a poner a resistirse o a echarle la culpa a nadie. Supo que tenía la culpa, y entonces, todavía medio tambaleante, bajó la sabiola, se fue para adentro del negocio para cambiarse la ropa en el baño y meterse, derechito viejo, solito, adentro del patrullero. 
Afuera seguía el desbole entre el pelado, su empleado, la gente y los canas que ahora también se habían unido a la tarea de recuperar todo lo que había regalado el Gordo. 
El Gordo se fue al baño, se mojó la cara, cosa que terminó de despejarlo, se sacó esas pilchas de mierda de Papá Noel, se puso la ropa que había llevado en un bolsito y salió de nuevo a la calle. 
Cuando salía para la calle –el negocio es bastante largo- lo ve venir al dueño con uno de los canas, desencajado el pelado, a las puteadas, buscándolo. Claro, lo ve al Gordo, sin el traje colorado, de camisita celeste y pantalones vaqueros, un bolso en la mano, el pelo negro achatado por el agua de la canilla, y no lo reconoce. 
No lo reconoce porque tampoco era él quien lo había contratado sino la conchuda de su esposa. “¿Adónde está? ¿Adónde está?” me contaba el Gordo que preguntaba el pelado, que venía a los pedos con el policía. Y el Gordo pensó que se refería al traje de Papá Noel que se había sacado. 
Yo no sé si el Gordo lo entendió así, seguía en curda o se hizo bien el boludo, la cosa es que señaló hacia el baño y el pelado y el policía se mandaron para allí. Cuando el Gordo salió a la calle todavía había un amontonamiento de gente y el otro empleado discutía con medio mundo reclamando facturas o recibos de compra. 
Nadie lo reconoció entonces al Gordo, sin el disfraz. Incluso de última, el otro policía del patrullero que se había quedado afuera, lo encara al Gordo cuando el Gordo ya se piraba y el Gordo piensa: “Cagamos”. 
Y el cana le pregunta “¿Ese bolso es suyo?”. El Gordo me contó que él le iba a decir la verdad, que sí, que era suyo. 
Pero tuvo miedo de que el cana le hiciera más preguntas, o que se lo hiciera abrir y le dijo: “No, lo vengo a devolver”. Y se lo entregó, un bolso de mierda que después de todo a él no le servía para un carajo. 
El Gordo se piró haciéndose el pelotudo, temeroso todavía de que alguien lo reconociese y lo mandara en cana cuando ya estaba a una cuadra. 
Casi termina preso, el Gordo, mirá vos. Zafó porque la vieja que lo contrató tampoco sabía ni cómo se llamaba ni adónde vivía. Era un contrato basura, pero realmente basura el del pobre Gordo. Pero casi termina engayolado. Por tener que disfrazarse de Papá Noel con esos vestidos de invierno, podés creer. 
Que los argentinos nos tengamos que vestir con ropa de abrigo en pleno verano porque a los yankis se les ocurrió que Santa Claus vende más que el Niñito Dios. 
Eso le decía yo al Gordo, después, en el club. “El año que viene ofrecete para algún pesebre, Gordo. Por lo menos de Niño Dios te ponen en bolas en una cunita y te cagás de risa porque estás fresco.” Eso le decía yo, para joderlo. 
“De lo único que puedo hacer yo en un pesebre viviente es de vaca, Zurdo –me decía el Gordo- De vaca”. 
Pero por lo menos es un animal conocido, ¿no es cierto? Un bicho familiar al paisaje, el rumiante emblemático de la pampa húmeda, base de la riqueza de nuestro país. Algo nuestro... ¡Qué me vienen con que a los chicos les gusta Papá Noel, el trineo y los alces esos! Si mis pibes me vienen a pedir un alce de ésos les pongo tal voleo en el orto que aterrizan más allá de la Circunvalación del voleo que les pego, tenelo por seguro. 
Ya bastante que el otro día les compré un conejo, un conejo de verdad, que es terriblemente pelotudo y lo único que hace es comer lechuga y cagarnos todo el patio. Y si me insisten con esas pelotudeces inventadas por los yankis que se vayan a vivir a Cincinnati, pendejos colonizados de mierda. Que a mí no me dicen el Zurdo al pedo, me lo dicen por tener una formación doctrinaria... 
¡Pobre Gordo! Estuvo a punto de convertirse en una nueva víctima del capitalismo salvaje. 


Roberto Fontanarrosa: Te digo más... y otros cuentos. Ediciones de la Flor, 2001, 312 págs.




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